Pogen.- En una industria que mueve billones de dólares al año, la moda es tanto una expresión cultural como un negocio implacable. Desde los lujosos ateliers de París hasta las cadenas de producción en el sudeste asiático, la pregunta sobre la ética en la moda resurge con cada escándalo de explotación laboral o impacto ambiental. Pero, ¿puede una marca de moda ser verdaderamente ética en un sistema diseñado para priorizar la rentabilidad sobre la responsabilidad?
Las cadenas de suministro en la moda son notoriamente opacas. La externalización de la producción ha llevado a una situación en la que muchas marcas de renombre no tienen un control total sobre las condiciones en las que se fabrican sus prendas. El colapso de la fábrica Rana Plaza en Bangladés en 2013, que mató a más de 1,100 trabajadores, fue un recordatorio brutal de los peligros del fast fashion y la negligencia corporativa.
Incluso las marcas que promueven la sostenibilidad enfrentan desafíos. Stella McCartney, pionera en la moda ética, ha demostrado que es posible producir sin dañar el medio ambiente, pero sigue luchando contra la logística de una cadena de suministro global y las expectativas de precios accesibles. Por otro lado, gigantes del fast fashion como H&M han lanzado líneas "eco-friendly", aunque las críticas apuntan a que se trata más de una estrategia de greenwashing que de un cambio estructural.
El costo de la ropa ha disminuido drásticamente en las últimas décadas, pero a expensas de los trabajadores. En países como Bangladés, India y Camboya, los salarios en la industria textil son insuficientes para cubrir necesidades básicas. En muchos casos, los empleados trabajan jornadas extenuantes en condiciones peligrosas.
Las certificaciones de comercio justo y la transparencia en la cadena de suministro han surgido como soluciones parciales, pero no están exentas de problemas. Mientras algunas marcas se comprometen a mejorar las condiciones laborales, otras encuentran formas de eludir regulaciones y seguir operando con métodos cuestionables.
La moda es una de las industrias más contaminantes del mundo. La producción textil representa el 10% de las emisiones globales de carbono y consume enormes cantidades de agua. El poliéster, un material común en la ropa de bajo costo, libera microplásticos que contaminan los océanos.
Las marcas de lujo han adoptado el discurso de la sostenibilidad, pero sus productos siguen teniendo una huella ecológica considerable. Algunas marcas están explorando materiales alternativos como cuero vegano hecho de hongos o algodón regenerativo, pero estos avances aún no son la norma.
La generación Z y los millennials han impulsado un cambio en la forma en que las marcas abordan la ética. Con acceso a información en tiempo real, los consumidores exigen mayor transparencia y responsabilidad. Movimientos como la moda circular, la compra de segunda mano y el upcycling han ganado tracción como alternativas a la producción masiva.
Las redes sociales han amplificado el impacto de los escándalos éticos en la moda. Campañas como #WhoMadeMyClothes han presionado a las marcas a revelar su cadena de suministro y mejorar las condiciones laborales. Sin embargo, la paradoja sigue vigente: la mayoría de los consumidores aún opta por ropa económica y de producción masiva, lo que limita el impacto real de estas iniciativas.
El camino hacia una industria de la moda ética es complejo. Implica un cambio sistémico que requiere regulaciones gubernamentales más estrictas, una mayor inversión en tecnologías sostenibles y un cambio en el comportamiento del consumidor. Algunas soluciones incluyen:
Si bien algunas marcas están avanzando en la dirección correcta, la realidad es que la ética en la moda sigue siendo más una excepción que la regla. Como consumidores, la responsabilidad también recae en nuestras elecciones diarias. El futuro de la moda ética depende de la capacidad de la industria y de quienes la consumen para redefinir el concepto de lujo y accesibilidad en un mundo que ya no puede permitirse la indiferencia.